Se conoce como distrofia muscular a un trastorno genético que debilita de forma progresiva los músculos del cuerpo.

Este trastorno es causado por la presencia de una información genética incorrecta, o por la ausencia de la información genética necesaria para producir las proteínas que permiten fabricar y conservar unos músculos saludables.

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Se conocen varios tipos distintos de distrofia muscular, los cuales pueden afectar a los músculos en distinta medida. En la mayoría de los casos, este trastorno se manifiesta durante la infancia, mientras que en otros aparece hasta la etapa adulta.

¿Cuáles son los síntomas?

Los síntomas generalmente comienzan a aparecer cuando el niño tiene entre 3 y 6 años de edad. Algunos de los signos tempranos incluyen el debilitamiento de los músculos para caminar, así como dificultades para sentarse o acostarse, y caídas frecuentes, con debilidad que afecta típicamente a los músculos de los hombros y la pelvis.

Cada niño puede experimentar los síntomas de manera diferente, siendo los más comunes:

-Movimientos torpes.

-Dificultad para subir escaleras.

-Tropezones y caídas frecuentes.

-Imposibilidad de saltar o brincar.

-Forma de caminar de puntillas.

-Dolor en las piernas.

-Debilidad facial.

-Incapacidad de cerrar los ojos o silbar.

-Debilidad en el hombro y el brazo.

Consideraciones

Hasta hoy, la distrofia muscular no tiene cura. Sin embargo, los especialistas están trabajando para mejorar las funciones musculares y articulares, para ralentizar el deterioro muscular.

Solamente un profesional de la salud puede diagnosticar este trastorno. El tratamiento será determinado por el médico según:

-La edad, el estado general de salud y la historia médica del niño.

-Magnitud de la afección.

-Tipo de anomalía.

-Tolerancia que el niño tenga a determinados medicamentos, procedimientos o terapias.

-Expectativas de la evolución de la afección.

-Opinión o preferencia.

El objetivo del tratamiento consiste en prevenir las deformidades y permitir que el niño sea lo más independiente posible en sus movimientos.

 

Vía: Stanford Children’s Health