apoyo-maternoSegún una investigación realizada por médicos y profesores de la Escuela de Medicina de la Universidad Washington, de San Luis, Missouri, la pobreza podría tener un efecto en el desarrollo del cerebro en los niños, específicamente en las áreas racionadas con la memoria y las emociones, como el hipocampo y la amígdala. Sin embargo se encontró también que el estrés y la falta de apoyo por parte de los padres influyen en esta situación, por lo cual, apuntan los investigadores, esta condición se puede superar con con buenos padres y buena crianza.

El estudio encontró en niños con bajos recursos una tendencia a tener hipocampos y amígdalas de menor volumen. “En general, cerebros más grandes, dentro de cierto rango de normalidad, son cerebros más sanos”, señala la doctora Joan Luby, quien lideró el estudio. “Tener un cerebro más pequeño dentro de este rango de normalidad, generalmente, no es sano. Esto se asocia con desempeños más pobres”, ha señalado la doctora Luby, profesora de Psiquiatría Infantil en la Escuela de Medicina de la Universidad Washington.

El estudio no es del todo nuevo, pues anteriormente ya se había encontrado en otros estudios patrones similares. Sin embargo, lo que sí es novedoso es que en esta nueva investigación se trató de profundizar no solo en el tamaño de masa cerebral sino en lo que provoca estos cambios y variaciones. Lo que se encontró es que esta tendencia se da en los niños que sufren eventos de vida traumáticos o cuando sus padres tienen una actitud hostil y no les brindan apoyo.

La profesora de Psiquiatría Infantil señala que este descubrimiento proporciona a los investigadores y a los padres un objetivo “muy específico y que puede ser modificado”.

El estudio, que fue publicado por la revista JAMA Pediatrics, se condujo en 145 niños de San Luis, entre los 6 y los 12 años de edad. A los participantes se les hizo una imagen del cerebro y se les realizó un seguimiento anual desde preescolar. Los exámenes incluyeron pruebas de estrés y si los niños habían entrado en la pubertad. Además, se dedicó una sesión para observar a los padres y los hijos juntos, esto con el fin de evaluar los estilos de crianza.

El resultado fue que se encontró una tendencia hacia cerebros más pequeños dentro de familias pobres. Pero también se detectó que lo anterior se puede explicar debido a eventos estresantes y a falta de apoyo paterno dentro de la interacción familiar. Si bien este estudio no pudo probar que la pobreza o la crianza fueran la causa del menor volumen en ciertas áreas del cerebro, sus resultados sugieren una tendencia que se puede revertir a través del apoyo paterno, explicó la doctora Luby. En este sentido, agregó que los niños pueden desempeñarse mejor con padres que son sensibles, y que están disponibles y atentos para la crianza y emocionalmente.

La editorial que acompaña al estudio, escrita por Charles Nelson, señala que no se trata de que las familias acomodadas estén protegidas de estas cuestiones (de crianza)”. La razón de que esta situación parezca más común entre las familias más pobres es que debido a la falta de recursos, estas familias tienen te enfocarse en “llegar a fin de mes”. Nelson agrega que “existe un nivel de estrés detrás de ello… que puede evitar que los padres no sean los padres que les gustaría ser”.

Si bien este estudio tuvo la limitante de que muchos de los niños que participaron sufrían depresión o se encontraban en un alto riesgo de sufrirla, explica Nelson, los resultados se vienen a sumar a lo que ya se sabía sobre la pobreza y el desarrollo del cerebro en la infancia.

El estudio señala en sus conclusiones que lo intentos de ampliar los cuidados tempranos deben ser un objetivo focalizado de la salud pública de prevención e intervención temprana. Al respecto, Luby consideró que será importante descubrir que tipo de intervenciones podrían impulsar un ambiente saludable para el desarrollo del cerebro, “la biología está muy influenciada por el ambiente, -dijo-, la cuestión es en que periodo sería el más adecuado, cuando el cerebro es más sensible a la influencia”.

Vía: JAMA Pediatrics, Reuters