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Se ha demostrado que un régimen de ejercicio intenso es muy beneficioso e influye positivamente en muchos aspectos de la enfermedad de Parkinson. Varios estudios han demostrado que diversas formas de ejercicio pueden reducir las caídas y las lesiones/fracturas asociadas, retrasar la progresión de la enfermedad e incluso retrasar la aparición de los síntomas. El ejercicio también puede afectar positivamente varios aspectos no motores de la afección, como la depresión, la ansiedad y el sueño. «Se ha demostrado que la actividad física afecta el cerebro», señaló el doctor Roger Rossi, director del Programa de Enfermedad de Parkinson y Trastornos del Movimiento en el Instituto de Rehabilitación JFK Johnson (Estados Unidos). «Estás ejercitando el cerebro además de los sistemas muscular y esquelético».

«En el cerebro, el ejercicio provoca la liberación de varios factores neurotróficos; básicamente, son moléculas que apoyan el crecimiento, la supervivencia y la diferenciación de las neuronas maduras y en desarrollo, por lo que mejoran el desarrollo y el potencial de funcionamiento del cerebro», lo anterior permite al cerebro proteger y nutrir las neuronas que contrarrestan o ralentizan el deterioro de la función motora y cognitiva, explicó el experto.

El ejercicio intenso se define como elevar la frecuencia cardíaca (número de latidos por minuto), comúnmente entre el 60 y el 80 por ciento de la frecuencia cardíaca máxima de una persona. Entonces, hacer ejercicio intenso no necesariamente sugiere esfuerzos excesivos y puede ser alcanzable para todos, aseguró Rossi.

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¿Qué ejercicios ayudan?

El primer estudio sobre ejercicios basado en evidencia y comúnmente referido a una investigación que mostró beneficios para los pacientes con Parkinson fue uno que evaluó el tango y la danza argentinos.

Los ejercicios más comúnmente utilizados para las personas con enfermedad de Parkinson incluyen aquellos que fortalecen los huesos y los músculos, apuntó Rossi. Tales ejercicios pueden corregir algunos de los impactos físicos de la afección, como la debilidad general, la fatiga, el equilibrio, la destreza y la postura. Además de las terapias especializadas, las actividades comunitarias como el Pilates y el yoga, así como las técnicas de integración estructural, son buenas para la fuerza general, el equilibrio y la estabilidad central. Generalmente, estas actividades se realizan en un entorno social, por lo que, además de los beneficios físicos, ofrecen bienestar psicosocial y cognitivo que puede disminuir la depresión y la ansiedad.

«Hay muchos tipos de ejercicio, y el desafío sigue siendo identificar el tipo de actividad específica más adecuada para cada individuo, así como su duración e intensidad», resaltó Rossi. «Hay que identificar lo que necesita cada paciente individual en función de sus síntomas, examen físico y, lo que es más importante, sus objetivos individuales. Queremos que puedan disfrutar de estas actividades para que sea sostenible y más eficaz».

 

Vía: Hackensack Meridian Health