i-transtornos_mentalesEn la psicología y la psiquiatría se usa el concepto “enfermedad mental” como si fuese inequívoco; no obstante, de acuerdo con el artículo Trastornos mentales en México un desafío poco visible, es necesario reubicarlo como concepto.

Y es que en los decenios recientes, asociados a su errático uso semántico, existen hechos englobados en la llamada “enfermedad mental” que no han sido ni detectados, ni solucionados, ni mucho menos prevenidos con eficacia y resultan un desafío de dimensiones afrontadas con insuficiencia.

Así, seguir usando el concepto de salud mental que la OMS implantó en 1950, por ejemplo, como si nada hubiera sucedido con el conocimiento sobre la mente resulta inconcebible.

Según explica el artículo, lo mental es más bien un conjunto de funciones y no una entidad orgánica, por lo que es injustificado atribuirle la calificación de “sano” o “enfermo”. De la mentalidad debe reconocerse que cuando su funcionamiento es anormal (de manera semejante a la respiración, la digestión o la circulación), no son las funciones las que “se enferman”, sino las estructuras orgánicas, el sustrato corporal de las que tales funciones dependen.

Por otro lado, afirmar que determinadas alteraciones de las funciones mentales se asocian a comportamientos atípicos no amerita que sean tratados como “enfermedades de la mente”, pero desde luego es inevitable que alteraciones mentales puedan coincidir, anteceder o asociarse a comportamientos no ordinarios inadmisibles; sin embargo, eso no acredita automáticamente el afirmar que se está tratando con una enfermedad; y lo más injustificado es que, respecto a ciertas “enfermedades de la mente”, éstas se declaran cuando se dictaminan comportamientos anómalos; no a la inversa.

En este sentido, el enfoque organicista sobre la mentalidad la ha convertido en un asunto predominantemente médico, y ello ha dejado el saldo, de una enorme carga profesional para la medicina, exigiéndole ocuparse de dimensiones que para la mayoría de los especialistas médicos son desconocidas.

Así, es necesario reiterar que todo interesado en las llamadas enfermedades mentales, necesita mayores conocimientos sobre las ciencias sociales que los especialistas en procesos orgánico/mórbidos; incluidos los especialistas no médicos.

Por eso cabe preguntarse si las personas que hoy acuden por apoyo psicológico deben ser llamados pacientes o quizás simplemente clientes, pues al mirarles como pacientes se alimenta el encadenamiento heredado de la terminología y emplazamiento medicalistas. Desde esa caracterización se alimenta la extendida suposición de que las personas aquejadas por alteraciones ideacional/emocionales o conflictos convivenciales, son enfermos que requieren curarse.

Además, genera resistencia poblacional a manifestar explícitamente dichos problemas, por el temor a ser tildados de “locos” o “enfermos mentales”.

No se pierde nada si en vez de hablar de “salud mental” y su contraparte, la “enfermedad mental”, hablásemos sólo de trastornos mentales. Habría, eso sí, menor espectacularidad y nos limitaríamos a hablar de mentalidad y convivencialidad de las personas, lo que no admitiría adjudicaciones o etiquetamientos de “salud” ni “enfermedad”, sino sólo de alteración o anormalidad.

Quizá con ello disminuiría la pesada responsabilidad profesional de la medicina, y a la vez se convocaría con ello a sociólogos, antropólogos y psicólogos, tanto para aplicar sus saberes específicos como también para, antes, dotados de un mínimo de saber médico, psiquiátrico y neurológico, constituir conjuntos multiprofesionales potencialmente más eficaces.

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Vía: www.academica.mx