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La inactividad física propia del estilo de vida actual ha tenido sobre el cuerpo un efecto devastador 1Suena el despertador. El hombre se levanta, saca de la nevera un jugo envasado y leche, enciende la cafetera, toma de la despensa cereal y unas tostadas y, en cuestión de minutos, tiene sobre su mesa el desayuno. Para ir a la oficina camina unos cuantos pasos y toma un vehículo que lo transporta. Al llegar, un ascensor lo lleva 20 o 30 pisos arriba con tan solo oprimir un botón. Ya en su escritorio, se sienta entre ocho y diez horas. Su cerebro continúa en actividad, pero su cuerpo permanece prácticamente inmóvil, dejándole a los dedos que teclean sobre el computador la mayor parte del esfuerzo físico del día. Al regresar a casa, para “descansar”, se sienta en un sofá, prende la televisión, y pide comida a domicilio. Esta escena, que podría tener lugar en Bogotá, New York, Paris o Beijing, es la del típico hombre urbano de hoy, para quien alimentarse, trabajar y vivir exigen cada vez menos actividad física y, como consecuencia de ello, menor consumo de energía. El resultado: cuerpos en los que la energía sobrante se ha ido acumulando en forma de grasa corporal, y cuyo exceso de carga ha incrementado preocupantemente su propensión a enfermarse y ocasiona hoy en día más muertes prematuras que el tabaco.

Pero no siempre ha sido así. En tiempos en que la fuerza física era indispensable para sobrevivir y conseguir alimento, la constitución del cuerpo humano era altamente eficiente. El cuerpo es producto de un proceso evolutivo en el cual el hombre fue desarrollando características biológicas, como la fuerza muscular y la capacidad de almacenar energía para tiempos de frío y escasez, que le permitieran prevalecer como especie y garantizar su supervivencia. La capacidad del sistema digestivo, por ejemplo, fue evolucionando para manejar un volumen de comida que proporcionara La inactividad física propia del estilo de vida actual ha tenido sobre el cuerpo un efecto devastador 2 intentre 2,000 y 4,000 calorías, que es lo que gasta un ser humano que se mantiene activo todo el día. Contamos con un programa genético para comer y buscar con apetito esa cantidad de calorías y para que, cuando nos sobren, no las desperdiciemos y las almacenemos en nuestro cuerpo en forma de grasa, la cual, en relación con el peso, el espacio que ocupa y la energía que libera, es extremadamente eficiente. En un kilo de grasa humana se puede almacenar más energía que en la misma cantidad de petróleo y es capaz de generar 7,000 calorías, suficientes para suplir las necesidades nutricionales de un ser humano en reposo hasta por una semana.

Con la industrialización se modificó drásticamente el estilo de vida del hombre. El esfuerzo físico dejó de ser necesario para la supervivencia y la productividad y el progreso dejaron de depender de él. Al remplazar la fuerza humana por la tecnología, la energía requerida disminuyó sustancialmente y el cuerpo, diseñado para tener un nivel de actividad más intenso, empezó a acumular energía en forma de grasa.

Hoy hay evidencia clínica suficiente para demostrar que, a nivel mundial, la inactividad física es el factor que más incide en la incapacidad y muerte producidas por enfermedades no transmisibles. Un estudio realizado por la Dra. I-Min Lee y sus colegas en varios países del mundo, publicado en 2012 por la revista médica The Lancet, estima que la inactividad física causa entre el 6 y el 10% de las muertes relacionadas con enfermedades coronarias, diabetes mellitus tipo 2, así como cáncer de seno y colon. Además muestra que el sedentarismo causa el 9% de las muertes prematuras, lo que en 2008 representó 5.3 millones de las 57 millones ocurridas en el mundo, una cifra aún mayor que las 5.1 millones de muertes atribuibles a fumar.

La Organización Mundial de la Salud ha declarado que no realizar actividad física intensa por lo menos 30 minutos al día incrementa la probabilidad de estas enfermedades en un 20 a 30% y disminuye la expectativa de vida entre 3 y 5 años.

 

Vía: *Dr. John Duperly: es médico especialista en Medicina Interna y PhD en Ciencias del Deporte. Actualmente Profesor Asociado de la Universidad de los Andes, miembro del Consejo Directivo de Coldeportes y Director para Latinoamerica del Programa “Exercise is Medicine”