La gastritis y el reflujo gástrico son dos problemas digestivos comunes que, aunque comparten ciertos síntomas, tienen causas, características y tratamientos diferentes. Identificar cuál de estas afecciones padeces es fundamental para recibir el tratamiento adecuado y mejorar tu calidad de vida.

¿Qué es la gastritis?

La gastritis es la inflamación del revestimiento del estómago, que puede ser aguda (de inicio repentino) o crónica (de evolución prolongada).

Los síntomas principales de la gastritis incluyen:

  • Dolor o ardor en la parte superior del abdomen.
  • Náuseas o vómitos.
  • Sensación de llenura incluso después de comer poco.
  • En algunos casos, pérdida del apetito o heces oscuras debido al sangrado en el estómago.

¿Qué es el reflujo gástrico?

El reflujo gástrico, también conocido como enfermedad por reflujo gastroesofágico (ERGE), ocurre cuando el contenido del estómago regresa al esófago, causando irritación en su revestimiento. Esto se debe a un mal funcionamiento del esfínter esofágico inferior, la válvula que separa el estómago del esófago.

Sus síntomas más comunes incluyen:

  • Ardor o quemazón en el pecho (acidez), que puede empeorar después de comer o al acostarse.
  • Regurgitación de alimentos o líquidos.
  • Sabor ácido o amargo en la boca.
  • En algunos casos, dificultad para tragar o sensación de tener algo atorado en la garganta.

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Diferencias clave entre gastritis y reflujo gástrico

  • Localización del dolor: En la gastritis, el dolor suele concentrarse en la parte superior del abdomen, mientras que el reflujo gástrico provoca molestias en el pecho o la garganta.
  • Causa principal: La gastritis se asocia a irritación o daño en el revestimiento del estómago, mientras que el reflujo se debe al retorno del ácido hacia el esófago.
  • Síntomas específicos: La regurgitación y el sabor amargo son característicos del reflujo, mientras que las náuseas y el dolor abdominal son más frecuentes en la gastritis.

Ambas afecciones pueden confirmarse mediante endoscopia. Los tratamientos incluyen medicamentos como antiácidos o inhibidores de la bomba de protones, además de cambios en el estilo de vida y la dieta.

 

Fuente: Mayo Clinic