Colocar a un paciente hospitalizado con COVID-19 en una posición boca abajo (pronación), o inclinarlo hacia abajo, para facilitar la respiración, es una práctica que ha ganado fuerza al permitir salvar vidas durante la pandemia. Pero un estudio pequeño reciente, que será publicado en la revista The British Journal of Anaesthesia, encontró que puede provocar un daño nervioso permanente.

La preocupación se basa en la experiencia de 83 pacientes con COVID-19 que fueron colocados boca abajo mientras estaban conectados a un ventilador. Una vez que mejoraron, todos comenzaron la rehabilitación posterior a la enfermedad en un solo centro de atención médica.

En ese momento, cerca del 14% había desarrollado una «lesión del nervio periférico» (LNP) que involucró a una o más articulaciones importantes, como la muñeca, la mano, el pie o el hombro.

Pese al daño, el doctor Colin Franz, autor de la investigación, dijo que la pronación «es una intervención que salva vidas y creemos que está salvando a mucha gente durante la pandemia de COVID».

Y aunque se sabe que colocar a los pacientes boca abajo causa lesiones por presión en la piel en pacientes que no tienen COVID-19, el especialista afirmó que las lesiones por compresión nerviosa suelen ser poco comunes con un reposicionamiento regular y con un acolchado cuidadoso.

«Así que nos sorprendió mucho encontrar 12 de 83 pacientes con lesiones nerviosas», mencionó Franz, quien también es director de neurología en el Laboratorio de Neurorrehabilitación Regenerativa de la Escuela de Medicina Feinberg de la Universidad Northwestern, en Chicago.

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El médico caracterizó al daño nervioso como muy severo, por lo que los pacientes afectados tuvieron «pocas probabilidades de recuperarse por completo».

El daño incluyó pérdida de la función de la mano, hombro congelado y arrastre del pie que puede derivar en el uso de un aparato ortopédico, bastón o silla de ruedas.

«Se estima que la recuperación completa del daño a los nervios ocurre solo en el 10% de los pacientes en las mejores circunstancias, y esta suele ocurrir en un plazo de 12 a 24 meses», explicó Franz.

En otras palabras, el daño nervioso podría ser el efecto más duradero del COVID-19 para la mayoría de estos pacientes, advirtió. Y si el riesgo observado en el grupo de estudio es un indicador, miles de pacientes en todo el mundo podrían sufrir el mismo daño, agregó Franz.

El especialista subrayó que algunos, pero no todos los pacientes, tenían afecciones preexistentes, como por ejemplo diabetes, que los hacían más propensos a sufrir lesiones nerviosas por compresión. Muchos de los pacientes también eran adultos mayores o padecían obesidad.

No obstante, él y sus colegas sospechan que hay algo propio de la infección por COVID-19 que hace que los nervios sean más vulnerables al daño. Algunos de los posibles desencadenantes incluyen: aumento del estado inflamatorio provocado por el SARS-CoV-2, el virus causante de COVID-19, así como mala circulación sanguínea y formación de coágulos de sangre.

Con base en lo anterior y a fin de reducir el riesgo de LNP vinculado a los pacientes que requieren ventilador, el equipo de Franz ha estado «mapeando» las regiones más vulnerables al daño nervioso. Dicha información podría ayudar a los médicos, enfermeras y fisioterapeutas a implementar posiciones modificadas, acolchado adicional y medidas para proteger las áreas vulnerables. Asimismo, podrían utilizarse sensores portátiles para «medir y monitorear la carga que experimentan los nervios.

 

Vía: Health Day News