Todas las vacunas nuevas se someten a ensayos clínicos para comprobar qué tan bien funcionan. Los desarrolladores de una vacuna candidata suelen determinar los objetivos principales de su ensayo en su protocolo de estudio de ensayo clínico.

Tales objetivos se denominan desenlaces primarios. Para muchas vacunas experimentales que se encuentran en desarrollo, los criterios de valoración principales se centran en prevenir los síntomas de una enfermedad.

Los científicos pueden calcular qué tan bien funciona una vacuna candidata observando la diferencia en los casos nuevos de la enfermedad entre el grupo que recibe un placebo y el grupo que recibe la vacuna experimental (porcentaje de reducción de una enfermedad en un grupo de personas que recibieron una vacuna en un ensayo clínico).

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Esto se conoce como eficacia de la vacuna. Por ejemplo, Pfizer/BioNTech reportó una eficacia del 95% para la vacuna COVID-19 que desarrollaron. Esto significa una reducción del 95% en los nuevos casos de la enfermedad en el grupo vacunado, en comparación con el grupo placebo.

Cabe mencionar que muchos ensayos clínicos poseen criterios de exclusión como el embarazo, condiciones de salud particulares y la edad. Los ensayos que involucran vacunas experimentales rara vez incluyen a niños o personas mayores hasta que los científicos hayan recopilado una cantidad significativa de datos de seguridad para proteger a estos grupos de posibles daños.

Por ello, la eficacia de la vacuna solo aporta información sobre qué tan bien funciona una vacuna en las condiciones del ensayo clínico. Los científicos generalmente se basan en factores que pueden cuantificar, como la cantidad de casos confirmados en laboratorio de la enfermedad.

No obstante, las condiciones ideales de un ensayo clínico no necesariamente reflejan lo que sucede en el mundo real fuera de los ensayos clínicos.

 

Fuente: Medical News Today