En un mundo acelerado, comer con prisa se ha vuelto común. Sin embargo, tomarse el tiempo para masticar bien y comer despacio puede traer grandes beneficios para la digestión y el control del apetito. Esta práctica, sencilla pero poderosa, impacta directamente en cómo se siente y responde el cuerpo después de cada comida.

Mejora la digestión desde el primer bocado

La digestión comienza en la boca. Al masticar lentamente, los alimentos se descomponen mejor, lo que facilita el trabajo del estómago e intestinos. Además, la saliva contiene enzimas que inician la descomposición de carbohidratos, favoreciendo una digestión más eficiente y menos pesada.

Aumenta la sensación de saciedad

Comer despacio da tiempo al cerebro para registrar que el cuerpo ya ha recibido suficiente alimento. La señal de saciedad tarda entre 15 y 20 minutos en llegar al cerebro, por lo que comer rápido puede llevarte a ingerir más de lo necesario antes de sentirte satisfecho. Comer con calma ayuda a evitar excesos sin necesidad de contar calorías.

Conoce más: ¿Cómo diferenciar la saciedad física de la satisfacción emocional?

Reduce el riesgo de malestares gastrointestinales

Comer a toda prisa suele ir acompañado de tragar aire y masticar poco, lo que puede provocar hinchazón, gases o acidez estomacal. Al masticar bien, los alimentos llegan mejor preparados al estómago y se reduce el riesgo de molestias digestivas.

Favorece una mejor relación con la comida

Al prestar atención a lo que comes y cómo lo comes, se fortalece la conexión mente-cuerpo y se reduce el comer por ansiedad o distracción. Este enfoque, conocido como alimentación consciente, mejora la experiencia alimentaria y promueve elecciones más saludables.

Comer despacio es un hábito simple que puede transformar tu salud digestiva y ayudarte a regular mejor el hambre. Masticar más, dejar los dispositivos a un lado y disfrutar cada comida con atención no requiere cambios drásticos, pero sí constancia. A largo plazo, este pequeño gesto puede marcar una gran diferencia en tu bienestar físico y emocional.

 

Fuente: Harvard T.H. Chan School of Public Health